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Publicado: 16 octubre 2009
Posteado en: Reportajes
Virgen de Chiquinquirá, dulcemente alumbrada por la antorcha de un relámpago, sonrisa humedecida por el rocío de las estrellas. Chinita de los obreros, imagen reflejada en el cristal del llanto, gracia plena amasada en la miga proletaria del pan. Virgen de Chiquinquirá, rosa esculpida en el relieve del milagro, blanco vellón trenzado por los dedos azules de los ángeles. Chinita de los pescadores, impávido candil de la fe cuya llama no teme al latigazo de los chubascos ni a la furia de las tempestades. Virgen de Chiquinquirá, mínima soberana, soberana del cielo y de la tierra, purísima cabeza coronada por el fulgor de la maternidad.
Chinita de los campesinos, mirada sembradora de brotes y renuevos, semillero de amor entre las manos.
Virgen de Chiquinquirá, madre excelsa de Dios y de todos los hombres, límpido amparo de tu Niño y de todos los niños del mundo.
Chinita de los marineros, nido de misericordia en las ramas del viento, paloma de ternura en las frondas del agua.
Virgen de Chiquinquirá, Chinita de los humildes, concédele por siempre a tu pueblo la dádiva del progreso, la justicia y la libertad.
Hoy, al cumplirse 300 años de su aparición, reproducimos este trabajo publicado en la Revista Tópicos, No. 555, Diciembre, 1985. No cambiamos ni una letra, respetando los derechos de autor. Solo damos a conocer, por primera vez, este trabajo en la web.(AVT)
LA ÚNICA VEZ QUE LA CHINITA SALIÓ DE MARACAIBO
Ciro Urdaneta Bravo Fotos: Arturo Bottaro
Llegó un día a bordo de un velero pirata y, sobre la cresta de una ola, se deslizó hasta las manos de una mujer del pueblo. Era un sábado, dice la leyenda, cuando una señora, cuyo nombre no rescató la historia, lavaba alguna ropa o buscaba astillas para el fogón de su patraña María de Cárdenas, y recogió, cuando era bamboleada por el manso marullo, una tablita lisa y blanca que se llevó consigo hasta su casa, situada en una calle cercana que después se llamó “Calle del Milagro”. La señora utilizó la tablita para tapar una tinaja, pero poco después observó en ella los rasgos de una imagen y entonces la colocó, sacudida por su fervor religioso, en una de las paredes de la habitación. Transcurrieron los días y justamente el martes 18 de noviembre de 1749, mientras molía el cacao familiar, oyó golpes y constató que partían de la tablita puesta sobre el muro. Continuó en su faena, pero al sentir el golpe por tercera vez se acercó y vio que en la lisa tablita aparecía iluminada la imagen de una virgen. Ante la sensación de asombro que aquello le produjo, la señora abandonó su trabajo y se lanzó a la calle gritando “¡Milagro, milagro!”. La escucharon sus vecinos y al entrar a su casa observaron que, en efecto, sobre la tablita aparecía una imagen deslumbrante de luz. La noticia cundió seguidamente por todo el barrio y luego por toda la ciudad. En seguida se inició el desfile de personas, hombres y mujeres, hasta la morada de la molendera, que ofrecía su limpio testimonio a los representantes más notables de la sociedad, incluso funcionarios del gobierno colonial y autoridades de la Iglesia. Desde ese momento comenzó a cobrar fuerza la devoción zuliana por la Virgen de la Chiquinquirá y la imagen fue colocada en un pequeño altar. Transcurrido cierto tiempo, los prelados católicos, de acuerdo con los miembros del Ayuntamiento, decidieron trasladar la imagen de la Virgen hasta la iglesia parroquial, contra la voluntad de la señora que deseaba conservarla en su vivienda. Esto ocurrió en el año 1750. Se preparó una ceremonia presidida por el gobernador civil y militar de la provincia, don Francisco Manuel
Collado, quien estaba en compañía de los notables, civiles y religiosos, de la urbe. Sin embargo, algo extraño ocurrió cuando los dos hombres que llevaban la imagen en sus brazos sintieron que, al doblar la primera esquina para tomar la Calle Derecha, la pequeña tablita adquiría un peso enorme, tanto que se vieron obligados a detener el paso. Se creó una situación de confusión e incertidumbre y surgieron rezos y súplicas de parte de los sacerdotes, pero como es imposible soportar físicamente la carga milagrosa, a alguien se le ocurrió decir que la Virgen no quería que la llevasen a la Catedral sino que la dejasen en su barrio, en el pequeño templo de San Juan de Dios. La insinuación fue acatada y, efectivamente, al tomar el camino del regreso, la imagen recobró su peso normal. Fue éste, dice la leyenda, el primer milagro de la Virgen de la Chiquinquirá.
DESCRIPCIÓN DE LA IMAGEN
La tablita iluminada que se conserva intacta en la Basílica de La Chiquinquirá, es una pintura al óleo que mide apenas 26 centímetros de ancho por 25 centímetros y 3 milímetros de alto. Se trata de una copia bastante fiel de la que se venera en algunas regiones de Colombia, en la cual aparece la Virgen del Rosario de pie, sobre una media luna, cubierta la cabeza por una toga blanca, con el rostro Inclinado hacia el niño que sostiene en el brazo izquierdo. El niño tiene la parte superior del cuerpo descubierta y un paño blanco lo cubre de la cintura a los pies. La Virgen aparece revestida por un manto de color azul celeste y un rosario pende de su mano izquierda. Tanto la Virgen como el niño ciñen majestuosas coronas.
A la derecha de la Virgen aparece San Antonio, de pie; en su mano derecha hay un lirio y en la Izquierda un libro, sobre el cual destaca la figura de un Niño Jesús en miniatura. A la izquierda de la Chiquinquirá está San Andrés, con un libro abierto en la mano derecha y en la izquierda la cruz.
En esta carroza fue conducida la Chinita al puerto de Maracaibo. Allí fue trasladada hasta el destructor “Zulla”, escoltado por los destructores “General Flores” y “General Moran”. Delante de la imagen aparecen, sentados, el Gobernador del Zulla de entonces, general Néstor Prato, el Obispo Auxiliar de la Diócesis de Maracaibo, monseñor José Alí Lebrún, y el coronel Pedro Bracho Urdaneta, comandante del Agrupamiento Militar N° 2.
La corona colocada sobre el retablo de la Virgen pesa 10 kilos (oro de 18 kilates). Fue un obsequio del pueblo zuliano a su patrona, en la oportunidad de su coronación canónica en 1942.
EL TIEMPO PASA
Hacia el año 1686, el capitán español Juan de Andrade levantó una ermita rústica, de eneas y palmas, en un peladero del barrio Saladillo que se extendería en esa zona y que cobrarla importancia porque serviría de atracción espiritual a los pocos vecinos que por allí vivían.
Esta ermita fue consagrada al culto de San Juan de Dios. Después el capitán Andrade logró que fuese transformada en una pequeña iglesia de mampostería y techo de tejas, y en adelante fue recibiendo reparaciones periódicas hasta que la convirtieron en un templo digno de la etapa colonial. La ermita tenía más de setenta años de funcionamiento cuando por su puerta modestísima entró, por devoción del pueblo, la Virgen de Chiquinquirá. Desde ese día se irguió en la figura principal y poco a poco San Juan de Dios fue pasando a un segundo plano, ya que la Virgen se apoderó del corazón de los zulianos a base de milagros portentosos. Los cambios en la construcción se fueron acentuando con la llegada de la Virgen y la iglesia auxiliar de la matriz pasó a ser iglesia parroquial. En 1920 el Papa Benedicto XV la elevó a la categoría de Basílica Menor y el 18 de noviembre de 1942, por decreto pontificio, se efectuó el acto solemne y trascendente de su coronación.
Los zulianos de todas las generaciones se fueron maravillando con el proceso de exaltación de la Virgen de Chiquinquirá, que crecía como un árbol prodigioso en el corazón de las gentes. Ella, que había llegado de un pueblo de Colombia a bordo de una nave pirata y que había sido lanzada al lago como un lastre cualquiera, se fue apoderando poco a poco, pero con firmeza, del amor de hombres y mujeres, fervorosos creyentes y aparentemente candidos ateos, que la consagraban como un símbolo de lo popular y representación del más genuino espíritu zuliano.
Por eso a ella se le ofrecen con devota preferencia las gaitas y los cánticos pascuales que antes entraban por las puertas del templo de Santa Lucía, y por eso el regocijo de los zulianos ha sido llevado a todos los confines de la patria, para que junto con un mensaje de alborozo navideño, recuerden todos que en la tierra chiquita existe una patraña que eleva el espíritu y sacude el corazón.
UN VIAJE INESPERADO
Nunca la Virgen de Chiquinquirá había salido de la ciudad de su adopción. Nunca había visitado los pueblos de la región zuliana donde se le venera. Se ha convertido en hábito imperioso para todos—hombres, mujeres, ancianos, niños, pobres y pudientes— el de ir a conocerla, venir del más remoto rincón a pedirle un favor o a pagarle un milagro, para admirar el nicho donde está recogida y fortalecer la confianza en su gran poder.
La Chinita resume todas las virtudes de nuestro pueblo y tal vez de su recogimiento ha nacido el sano sentimiento regionalista del zuliano, que en ciertos casos ha llegado al extremo de que algunos valores culturales, como Udón Pérez y Marcial Hernández, se sentían satisfechos de no haber pasado un día fuera de Maracaibo. Sin embargo, esa rutina de aislamiento de la Virgen se quebrantó cuando, en junio de 1957, fue llevada a Caracas para que presidiera los actos de la llamada Semana de la Patria. También cumplieron-funciones semejantes, en otras oportunidades, La Virgen de Coromoto, patrona de los venezolanos, y la Virgen del Valle, patrona de los margariteños. La Chinita fue llevada a bordo del destructor “Zulia”, que estaba bajo el mando del Capitán de Fragata Eduardo Morales Luengo, al frente de una comitiva que integraban, entre otras personas, el Obispo Auxiliar de la Diócesis de Maracaibo, monseñor José Alí Lebrún; el Gobernador del Estado Zulia, general Néstor Prato; el representante del Concejo Municipal, doctor Manuel Almarza Ocando; el Padre José A. Rosado, párroco de la Basílica de San Juan de Dios, sede de la imagen, y otros más. El 27 de junio salió de Maracaibo y llegó al puerto de La Guaira el 28 a las 12 y 30 minutos de la tarde. En los alrededores del Terminal de Pasajeros se aglomeraron más de 60.000 personas para dar la bienvenida a la patrona del pueblo zuliano, y luego en compañía de Monseñor Rafael Arias Blanco, Arzobispo de Venezuela, fue conducida a Caracas para que presidiese los actos de la Semana de la Patria. A lo largo y ancho de la ciudad se oyeron las campanadas de júbilo lanzadas por todas las iglesias, mientras la Chinita hacía su entrada en la regia carroza mandada a construir por la Institución Zuliana de la capital. Después se produjo el regreso y el martes 8 de julio llegó la Chinita a Maracaibo, en medio de multitudes que la aplaudían y le lanzaban flores, tras haber cumplido la insólita hazaña de haber salido por primera vez de la ciudad donde ella es Señora, Reina y Madre. La Virgen, mientras tanto, se mantiene recogida en su sede, cerca del calor popular y del amor de sus hijos. Se sabe que, entre sus propósitos, no figura otra salida fuera de Maracaibo.
Tomado de Diario El Progreso